Estoy en movimiento, el cuerpo relajado y en tensión, en desplazamiento pasivo porque viajamos en auto, el destino es muy cierto, hay que llegar a Salta donde visitaremos a mi padrino el tío Rubito y mamá disfrutará con su hermano, con quien a diario se entretienen hablando con la cercanía que da el teléfono.
Viajar tiene de exquisito, esto de dejarse pasear. Salimos en la madrugada, con mamá a mi lado comandando la hoja de ruta, y administrando los mates. La noche era una promesa de aventura, ya de por si es oscura y limita la visión. Me gusta iniciar los viajes en la noche para terminarlos por la tarde, o lo que es lo mismo comienzo con los sentidos despiertos y alertas en perfecta sintonía con el mundo en el que me sumerjo para finalizar al transcurrir el dia con todo más agotado, y la ventaja de la luz del sol aliviando mis percepciones.
Vamos bien, la ruta es buena está pintada y bien definida, en el interior del auto cerrado solo se siente un murmullo de roces, el de las ruedas sobre el pavimento y el aire forzado por la carrocería, hablamos, hay silencio. La oscuridad nos envuelve, es un viaje ideal.
A lo lejos comienzan a percibirse destellos y claridades, que comiendo kilómetros a raudales, van subiendo en intensidad. Mis ojos fijos en la ruta empiezan a captar esas luces, en el horizonte visual. Algo está sucediendo, todo se está transformando, está estallando el cielo a nuestro alrededor.
Surcos de líneas plateadas atraviesan el firmamento, cruzan raudos un momento, perdiéndose en la inmensidad; todo en silencio sucede al prender fuego el entorno. Es irreal el contorno, que se define de a ratos, cada vez más cerca nuestro, nos vamos acercando, estamos entrando. Esa luz anaranjada nos está llamando, y es tanta mi excitación que mi alma se está quemando, es el Universo, que está mandando un regalo de ilusión. Me fui transformando en humo, me fui transformando en uno con el vehículo en cuestión, era yo quien circulaba pero manejaba mi pasión. Así de pronto ese fuego dio lugar al apagón, desconcertante episodio que borró todo de un soplón.
El cielo soltó un grito, y parió un diluvión, nos envolvió en un túnel de agua, donde solo eramos dos. Y ya no veía nada, todo se desdibujó, tomé el mando de nuestras vidas con mayor atención. Las señales eran muchas, para continuar la misión de conducir sin prisas, para llegar hasta el sol, seguía sintiendo a todos respirando su ilusión y guiando mi rumbo con mayor precaución. Era un viaje perfecto, íbamos vos y yo, era un viaje irreal como una nave estelar.
Hacia el final del recorrido, ya casi en nuestro destino, entramos en el paisaje de las alturas primordiales. El llano se transformó en abismos casi abismales, el vértigo te vaciaba los sentidos al quedar suspendido, colgado del firmamento el vehículo desplazador. La visión era pasmosa, se veía el mismo mundo que era mío por instinto; descubrí las montañas, descubrí ríos, descubrí el sol, también de botánica supe un montón.
Y llegamos al fin del camino, donde el Universo nos llevó y absolutamente de todo nos resguardó.
maresbida